26 julio, 2010

Cuando pintan bastos

Desde el primer momento me inquietó verlo. Estábamos paseando por el museo. Como de costumbre, yo divagaba intentando comprender qué pensaban los artistas al hacer los cuadros mientras mi mujer se dejaba llevar por un sentido artístico que siempre he envidiado. Y allí estaba él, con su chistera y su barba lampiña delatando su recién adquirida adolescencia. Nos tropezamos con él en tres o cuatro salas, y a mi me empezaba a preocupar más si había un conejo debajo de la chistera que el siguiente retrato de mujer con grupo al fondo. Entonces ocurrió todo, mi mujer se desplomó al suelo justo delante de un Dalí espantoso. Y yo, presa del pánico, hice lo que bien había aprendido en las películas, miré alrededor y grité - ¿Hay algún mago en la sala?- me quedé helado pensando en la tontería que acababa de decir. Se hizo un silencio y un corro alrededor de mi mujer y como allí no pasaba nada repetí como un autómata - ¿Hay algún mago en la sala? ¡Mi mujer se ha desplomado!- Antes de que pudiera enmendar mi error vi cómo el chico de la chistera avanzaba un paso dubitativo y mientras levantaba la mano como si estuviéramos en clase se presentó como aprendiz de mago, básicamente era bueno con la baraja de cartas, dijo él. Insisto en que todo pasó muy rápido, miré a mi mujer, lo miré a el y comprendí que ya no había marcha atrás, así que le dije que por favor hiciera algo, que la salvara. Mientras tanto un hombre con pinta de no haber dormido en las últimas 24 horas sujetó los pies de mi mujer en alto y el chaval se arrodilló a su lado, sacó la baraja de cartas y le dijo...- elija una- Y ahí se produjo el milagro. Ella abrió los ojos, y mientras el otro hombre apartaba a la gente para darle aire, el mago repitió las palabras mágicas - elija una...- y mi mujer tomó una carta entre sus manos, la carta elegida era un as de corazones. Luego en el hospital dijeron que había sido una lipotimia, nada más, pero desde ese día siempre que entro en un museo, no me tranquilizo hasta que encuentro a alguien con chistera, quizás una pajarita o un pañuelo rojo en la solapa, o por lo menos unos bigotes retorcidos.

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