22 abril, 2020

Sant Jordi 2020

No me debería haber sorprendido que no estuviera ahí. Pero me pilló por sorpresa. Intenté controlar el temblor de mi brazo derecho que, totalmente exhausto, casi no tenía fuerzas para sujetar la espada y me sequé un hilo de sangre que manaba de mi frente y me nublaba la vista cada vez que mojaba el rabillo de mi ojo izquierdo. Pestañeé fuerte dos veces, me cambié la espada de mano y volví a mirar por todos los rincones. Pero no había nadie. La cueva estaba vacía. No había princesa. Y entonces lo entendí todo. 

Hay dos maneras de luchar. Yo mato dragones. Me visto de acero, grito bien fuerte y me bato con quien sea. A veces pierdo. Aun recuerdo aquel día en el colegio, cuando nos acusaron falsamente a Princesa y a mi de algo que no habíamos hecho y nos castigaron sin fiesta mayor del pueblo. Me indignó ver a Princesa sumisa, bajando la vista y pidiendo perdón. Yo grité, pataleé y casi me pego con todos. Esa noche yo la pasé encerrado bajo llave con un buen azote. Ella se escabulló por la cocina y bailó toda la noche. Hay dos maneras de luchar, pero solo una de vencer.  


Cuando pasó lo del dragón no pude soportar que Princesa se ofreciera voluntaria, que se pusiera una capa rosa y saliera hacia un destino cruel. Yo grité, pataleé y casi me pego con todos, pero al final me dejaron un caballo, y fui a matar al dragón. A veces me creo que gano. Pero Princesa no necesita ganar. Nunca tuvo intención de ofrecerse a dragón y seguramente ahora estará lejos de aquí. Como siempre, se habra salido con la suya evitando luchas inútiles. Yo no sé hacerlo. Me gustaría ir a buscarla, pero tampoco sé dónde está, y para mi siempre hay un dragon más grande en la siguiente colina que me llama. Y aunque matarlos no cambia nada, no puedo evitar ir a por él. 

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