10 diciembre, 2013

En verdad, se llama borla...


Entré en la tienda con determinación y le compré la boina más fea que pude encontrar. Ese sería mi regalo. Sí, no me miren mal, puedo explicarlo mejor. Pensé que ese es precisamente el regalo que ella se merecía. La boina más fea que pudiera encontrar. Cuando la llevé al mostrador la dependienta me miró incrédula y me dijo, yo creo que con sorna, que también la tenían con "pom-pom" encima. Me hizo mucha gracia lo de "pom-pom", y pensé que con ese nombre solo podía empeorar el ya menguado glamour de una boina, así que le dije que “ok”, que me pusiera una con "pom-pom". No me miren así, porque ahora se lo explico. Yo ya había probado con cosas bonitas, una diadema de plata, un sombrero de paja, pero ella siempre salía de casa con esas boinas horribles. Yo ya le había dicho lo espantosas que se veían, pero ella hacía oídos sordos. Pues esta vez, toma, la boina más fea del mundo. Cuando le pedí a la dependienta que si la podía envolver para regalo me miró con ojos de besugo, como rogándome que recapacitara, y me dijo que no había problema alguno en envolverla, pero que tuviera en cuenta que en prendas de ropa no podría hacer cambios. Sí, ella también lo sabía, la boina era realmente fea. No me miren mal, que ya se lo explico, porque lo que la dependienta no sabía es que sobre gustos no hay nada escrito. Y uno ya tiene una experiencia y sabe que, a veces, lo que para mí (y probablemente para la dependienta) es feo, para ella puede ser precioso. Especialmente en materia de boinas. Así que si este año quería acertar con el regalo, me había de olvidar de mi gusto exquisito, había de entrar en una tienda con determinación, y comprar la boina más fea que pudiera encontrar porque, paradójicamente, solo aquella sería la más preciosa.

1 comentario: