A Pedro el fin del mundo lo decepciono. Para empezar ni siquiera habia muerto. Los datos decian que más del 50% de la población humana habia fallecido en los utimos dos meses, pero las estadisticas son muy abstarctas cuando tu vives entre el 50% que no le ha ido tan mal. Pedro se sentia perido. Toda su vida habia discurrido entre dos polos opuestos. Una tension que se habia resuelto en una medicridad que escondía sus pulsiones internas. Por un lado, Pedro fantaseaba con aislarse de la sociedad, irse a una cabaña a 2000 metros en un valle recondito de los pirineos y vivir autosuficiente sin causar daño alguno. Por otra se soñaba un heroe desafiando al sistema, tomando parte activa en una gran revolución que acabara con el orden social y forjara los cimientos de una sociedad mejor. Por ejemplo, una sociedad que no hubiese causado el fin del mundo tal y como lo conocemos. El resultado es que Pedro habia crecido en el mundo de las ideas tomando una posición más bien acomodada en el plano real. Un punto medio que le hacia dolorosamente parecido al indolente ciudadono normal que no se plantea su rol en el devenir historico. Pedro aun conservaba su reproductor musical. Ciertas canciones le emocionaban de una forma que no podia describir. Le entraban unas ganas terribles de actuar y cambiar cosas, y entonces tomaba resoluciones radicales, y veia su futuro con una claridad diafana y apabullante. Pero al quitarse los cascos todo se volvia borroso, no estaba claro cual habia de ser el primer paso, y al cabo de un rato, ni siquiera tenia claro cual era el destino final. Pedro se habia preparado para el fin del mundo. Su cuerpo era resistente. Le gustaba entrenar y no tenia miedo a pasar hambre. De hecho, se enorgullecia de un potencial estoicismo idealizado a partir de sus lecturas de la antigua esparta griega, a pesar de nunca haber podido ponerlo a prueba. Y es que llevaban dos meses de cataclismo mundial y Pedro aun no habia tenido que pasar verdadera hambre, ni escapar a traves de la nieve durante días sin apenas abrigo, ni cavar un refugio subterraneo con una cucharita de cafe. El fin del mundo definitivamente era una basura. Pedro creia que todos somos iguales y que uno se labraba su futuro a base de esfuerzo y teson. La realidad le estaba enseñando que el esfuerzo y el teson en realidad no existen. La suerte tambien son los padres. A Pedro el apocalipsis le pillo en la calle. No tuvo oportunidad de hacer absolutamente nada al respecto porque un golpe en la cabeza lo dejo sin sentido en los primeros minutos de caos. Le reconcome una mezcla de culpa y verguenza al no haber podido hacer nada por si mismo. Alguien lo metio en autobus blindado y lo llevo directo a un refugio antiaerio. Pedro iba bien vestido, piel clara, rasgos señoriales y llevava un carnet oficial que certificaba su estatus de licenciado. Eso habia bastado para que lo recogieran. Una vez en el refugio alguien conocia a alguien que conocia a sus padres, y lo pusieron ha trabajar en la administración del centro. Pedro ya no se engañaba pensando que lo habian elegido por su deslumbrante capizadad de liderazgo o su incansable dedicación. No habia tenido tiempo de demostrar eso, al igual que Juan, el chaval que conocio al llegar, no habia tenido tiempo de demostrar que valia para algo más que para hacer el arriesgado trabajo de escoltar los convois de comida. Y a veces Pedro quisiera haber sido Juan, y jugarse la vida, pero como contradicir a la suerte cuando se presenta. Aunque la suerte no exista. Pero hoy Juan habia tomado una determinación. Queria vivir plenamente por una vez, aunque eso fuera a costa de su propia vida. Así que por la noche, cuando todos dormian, tiro su carnet de licenciado al fuego y se acerco al catre de Juan y le dijo que se iba al monte. Aun no sabe por que se lo dijo a Juan. Quizás lo hizo con la esperanza de que fuera con él, de no estar solo en esto. O quizás porque necesitaba creerselo y nada es real hasta que no lo dices en voz alta. O quizás solamente quería que alguien lo supeiera para poder contar su historia. Y se fue hacia las montañas. A pasar hambre y pasar frío. Por ahora eso era más asequible que cambiar el orden social, y con el tiempo, si sobrevivia, si encontraba a más rebeldes (los tenia que haber) ya habria oportunidades de meterse en empresas más arriesgadas. Depie junto a la valla del refugio antiaero, justo antes de saltarla, el fin del mundo empezaba a parecer ilusionante. Ilusionante y aterrador.
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